Vivimos rodeados de imágenes. Algunas de ellas las buscamos intencionadamente, otras nos asaltan de modo repentino. Producimos casi tantas como consumimos. ¿O tal vez sea al revés? Con nuestros smartphones, con nuestras tablets, con nuestras cámaras digitales. Las generamos constantemente sin preguntarnos cuántas imágenes puede llegar a soportar este mundo, en una especie de archivo infinito de destino incierto. Las creamos sin tener la menor idea de cuánto tiempo vivirán, de cuánto tardarán en desaparecer sin dejar rastro. Algunas de ellas serán tan parecidas a otras, que pasaran desapercibidas y acabarán condenadas a la evanescencia. Otras, en cambio, aportarán algo nuevo, transmitirán eso que ninguna otra imagen había logrado transmitir antes, modificarán nuestros modos de ver y pasarán, de un modo u otro, a formar parte de la Historia de las Imágenes. O, como mínimo, de una cierta Historia de las Imágenes. Porque, como decía Roland Barthes en El grado cero de la escritura, “la Historia es siempre y ante todo una elección y los límites de esa elección”. Y entonces, justo en ese momento, el “punctum” del que hablaba Barthes convivirá inesperadamente con la imagen pobre a la cual hace referencia Hito Steyerl.

"Pensemos en Georges Perec, en cuando intentaba recordar (probablemente sin éxito) todos aquellos lugares en los que había dormido a lo largo de su vida, pensemos en Emma Kay, intentando reproducir de memoria un mapamundi o recordar todas las obras de Shakespeare, pensemos en la sorprendente clasificación de animales que hizo Borges en “El idioma analítico de John Wilkins”, en el inabarcable proyecto de Dora García “Todas las historias”, que persigue el objetivo de recopilar todas las historias del mundo… En todas estas tentativas hay algo de fracaso inherente, pero también de magia, de subversión y de resistencia a las presiones de un sistema que pretende clasificar todo de un único modo con el fin de aumentar la productividad de sus individuos. "
― Marla Jacarilla, 2021